A Enrique Vila-Matas
En uno de los capítulos de Los diarios de Emilio Renzi, Piglia hace
una reflexión acerca de los desplazamientos. El recuerda con nostalgia aquellas
imágenes que provienen de su propia “ficción del origen”, de ese artefacto que
aglomera la experiencia, de ese lugar que es Adrogué. Imagina una vida en la
cual nunca hubiera tenido que partir de su lugar, para poder dedicarse a hacer
lo mismo de siempre. Entiende que el desplazamiento es una pérdida, pero a la
vez es una oportunidad. La nostagia, como ocurre en el tango, es materia de
ficciones y de construcciones en el que vislumbramos ilusoriamente “el futuro
del pasado” (de un pasado/futuro distópico). Ese qué hubiera sido si… es siempre un paralelo en el que el hombre que
pierde algo encuentra un resquicio para desplegar su imaginario. -Cada vez que publicaba
un libro me veía en un callejón sin salida, pensaba que no podría escribir más,
pero siempre encontraba, gracias a la inteligencia, un hueco que me permitiera
seguir escribiendo- dice Vila-Matas en la FIL de Guadalajara, feria en la que
fue homenajeado. Pérdida y encierro, escape e imaginario, son conceptos que de
forma especular, nutren de materia filosófica a la literatura y a la vida misma.
Si tuviese que definir este año que ya nos
está dedicando sus adioses la palabra que prima es la de “desplazamiento”. Esta
palabra se hizo presente tomando varias formas, mutando de situación pero no de
sentido, al menos en lo que respecta a mi experiencia personal. Experimenté la
pérdida de familiares que se fueron de este mundo casi sin avisar, de manera
silenciosa y triste. Vi partir a un gran amigo a tierras remotas, tratando de
encontrar aquello que perdió en un lugar conocido. Repetí mentalmente el ritual
del adiós de aquella figura que le dio sentido a mi vida durante largos años.
Recorrí sólo y acompañado una fracción del continente. Perdí mi consciencia a
la manera de Joseph Roth, surcando los abismos de la noche, dedicándole horas a
la elipsis del pensamiento y a la reconstrucción de los recuerdos en la brumosa
espesura de experiencia. Fue entonces que me detuve a pensar en cuál sería la
historia que iba contarme a mí mismo. La mía sin dudas era una historia de
derrotas. Creí haber llegado al límite de mis capacidades; sentí que “ya había
sentido todo lo que podría sentir, que no podría sentir nada nuevo, que sólo
podría repetir mis experiencias, pero en versiones menores de mí mismo”. Aunque
esto fuera así aparecía algo en lo cual podía aferrarme, algo que me permitiese
creer que no estaba completamente
derrotado.
Este año para mí terminó siendo similar a un Viaje vertical. Pero inclusive en los
abismos pueden encontrarse espacios. Allí, cuando sentía que no estaba en mi
lugar, imaginaba lo que se sentía estando en él. Imaginaba un espacio (Mendoza)
que a la vez era y no mi hogar. Recordaba las amistades, los lugares comunes,
las ficciones que se meten en la vida real transformándola. Reconstruía,
tratando de ser lo más fielmente posible, aquellas caminatas por la urbe, los
encuentros que responden a intereses humanos entre otros; trataba de
reconstruir el “sentido de sentir”. Cuando me encontraba solo urdía planes y
experimentos sociales para sondear los límites de la experiencia. Intenté
transformar la tristeza en un cúmulo de palabras, les di una forma y las
despedí en forma de libro. Esos relatos, que estimo son de poca importancia,
reflejaron las aristas que conformaron mi mundo privado, un mundo que quise
dejar atrás. “Escribir es despedir” para mí.
Entiendo que este último tiempo, y el año en
general, estuvo marcado por los desplazamientos, de todos intenté extraer una (no
completamente acabada) enseñanza. Quizás algún día pueda volver a ese estado
inicial, a esa ciudad ausente en donde podía encontrar el sentido de las cosas.
Para poder concluir al fin que nunca una
derrota es sólo derrota.
Gracias