jueves, 24 de diciembre de 2015

Nunca la derrota es sólo derrota

A Enrique Vila-Matas

En uno de los capítulos de Los diarios de Emilio Renzi, Piglia hace una reflexión acerca de los desplazamientos. El recuerda con nostalgia aquellas imágenes que provienen de su propia “ficción del origen”, de ese artefacto que aglomera la experiencia, de ese lugar que es Adrogué. Imagina una vida en la cual nunca hubiera tenido que partir de su lugar, para poder dedicarse a hacer lo mismo de siempre. Entiende que el desplazamiento es una pérdida, pero a la vez es una oportunidad. La nostagia, como ocurre en el tango, es materia de ficciones y de construcciones en el que vislumbramos ilusoriamente “el futuro del pasado” (de un pasado/futuro distópico). Ese qué hubiera sido si… es siempre un paralelo en el que el hombre que pierde algo encuentra un resquicio para desplegar su imaginario. -Cada vez que publicaba un libro me veía en un callejón sin salida, pensaba que no podría escribir más, pero siempre encontraba, gracias a la inteligencia, un hueco que me permitiera seguir escribiendo- dice Vila-Matas en la FIL de Guadalajara, feria en la que fue homenajeado. Pérdida y encierro, escape e imaginario, son conceptos que de forma especular, nutren de materia filosófica a la literatura y a la vida misma.
Si tuviese que definir este año que ya nos está dedicando sus adioses la palabra que prima es la de “desplazamiento”. Esta palabra se hizo presente tomando varias formas, mutando de situación pero no de sentido, al menos en lo que respecta a mi experiencia personal. Experimenté la pérdida de familiares que se fueron de este mundo casi sin avisar, de manera silenciosa y triste. Vi partir a un gran amigo a tierras remotas, tratando de encontrar aquello que perdió en un lugar conocido. Repetí mentalmente el ritual del adiós de aquella figura que le dio sentido a mi vida durante largos años. Recorrí sólo y acompañado una fracción del continente. Perdí mi consciencia a la manera de Joseph Roth, surcando los abismos de la noche, dedicándole horas a la elipsis del pensamiento y a la reconstrucción de los recuerdos en la brumosa espesura de experiencia. Fue entonces que me detuve a pensar en cuál sería la historia que iba contarme a mí mismo. La mía sin dudas era una historia de derrotas. Creí haber llegado al límite de mis capacidades; sentí que “ya había sentido todo lo que podría sentir, que no podría sentir nada nuevo, que sólo podría repetir mis experiencias, pero en versiones menores de mí mismo”. Aunque esto fuera así aparecía algo en lo cual podía aferrarme, algo que me permitiese creer que no estaba completamente derrotado.
Este año para mí terminó siendo similar a un Viaje vertical. Pero inclusive en los abismos pueden encontrarse espacios. Allí, cuando sentía que no estaba en mi lugar, imaginaba lo que se sentía estando en él. Imaginaba un espacio (Mendoza) que a la vez era y no mi hogar. Recordaba las amistades, los lugares comunes, las ficciones que se meten en la vida real transformándola. Reconstruía, tratando de ser lo más fielmente posible, aquellas caminatas por la urbe, los encuentros que responden a intereses humanos entre otros; trataba de reconstruir el “sentido de sentir”. Cuando me encontraba solo urdía planes y experimentos sociales para sondear los límites de la experiencia. Intenté transformar la tristeza en un cúmulo de palabras, les di una forma y las despedí en forma de libro. Esos relatos, que estimo son de poca importancia, reflejaron las aristas que conformaron mi mundo privado, un mundo que quise dejar atrás. “Escribir es despedir” para mí.
Entiendo que este último tiempo, y el año en general, estuvo marcado por los desplazamientos, de todos intenté extraer una (no completamente acabada) enseñanza. Quizás algún día pueda volver a ese estado inicial, a esa ciudad ausente en donde podía encontrar el sentido de las cosas. Para poder concluir al fin que nunca una derrota es sólo derrota.

Gracias

martes, 13 de octubre de 2015

El paso en el pasado

A veces se dan situaciones que nos hacen salir del circuito de vida al cual estamos habituados para poder entrar en una dimensión más imaginaria, pero no menos intensa y sensible que la experiencia del presente concreto.
Había vuelto a pasar por el centro para averiguar el precio de unos envases que debo utilizar en unos análisis. Luego de eso no había más que hacer, salvo retornar al hogar. Caminé distraídamente por 9 de Julio y pasé por la casa de un amigo que para mi fortuna no se encontraba allí. Me desplacé por la misma calle hasta Peatonal y divisé que se acercaba un trolebús con un rótulo que rezaba “Parque”. Sabía muy bien que ese bus no me llevaría a mi hogar, pero el impulso hizo que me subiera en él. Una vez dentro me dispuse, en posición de lectura atenta, a darle un desenlace a Los diarios de Emilio Renzi.
El trole en su trayecto rectangular se movió desde el punto de partida hasta Colón; atravesó lentamente Belgrano continuando por Arístides. Al final de la calle volvió a girar rumbo a Boulogne Sur Mer para poder lindar con el verde e iluminado Parque General San Martín. Por momentos dejaba el libro en suspenso para contemplar el interior y el exterior del trole; las cosas se ven muy distintas (y por qué no distantes) cuando uno se dirige hacia un lugar indeterminado. Lo que nos rodea se reviste de un aura que convierte el flujo de acciones en un devenir lento y despreocupado.
Estaba por llegar al fin del libro cuando decidí detenerme, quise dejar algo para el momento previo a dormir. En ese punto divisé la proximidad del Parque Central y concluí que era el momento oportuno para terminar con el viaje y comenzar otro: más lento quizás, pero más propicio para retener imágenes.
Atravesé Perú y bordeé el reloj de arena del parque, señoras de muy diversas edades practicaban un ritual aeróbico que desconozco. Señores mayores y jovencitas trotaban a distintos ritmos por sobre el baldosado; mientras, el sol hacía sus últimos esfuerzos por demostrar que aún no había muerto. En el constante fluir de pensamientos que comenzaron a inundar mi mente recordé las tardes felices en las que me había recostado en el pasto. Recordé el beso inesperado de una mujer; las lágrimas desprendidas de uno ojos que conozco muy bien; risas e imágenes borrosas entremezcladas, propias de un encuentro nocturno marcado por el abuso de vino; recordé la lectura de Borges como también intrincados diálogos sobre Leibniz y la imposibilidad de mundos mejores; recordé el antídoto perfecto al “no sos vos, soy yo”; recordé a tantos amigos.
Continué a paso lento por Pellegrini hasta Mitre. Allí decidí doblar en dirección hacia el norte por el boulevard. Me crucé de calle en la intersección con Bogado para poder atravesar la plaza Yrigoyen. Cerca de allí vive una mujer con la cual he intentado jugar al juego de Proust, para recobrar aquello que ya creía perdido. En esa plaza también supe (entendí) hace no mucho tiempo atrás, que iba a perder una parte mía, una parte que siempre me fue ajena. Cierto eco del pasado volvía a mostrar sus imágenes cuando divisé un árbol muy particular. Dije un árbol, pero quise decir un arbusto de dimensiones respetables. Debajo de la copa se podía divisar una sombra conformada por las flores que da el mismo arbusto, y que a causa del viento y el frío generaban ese efecto de “falsa sombra dorada”. Durante unos segundos me quedé contemplando el arbusto, que estaba a su vez ubicado detrás de una virgen. La sencillez de la imagen podría inspirar cualquier acto poético.
Atravesada la plaza me dirigí hacia Patricias Mendocinas. Casas antiguas, majestuosas pero destruidas, se iban alternando mientras continuaba la sucesión de pasos. Divisé hacia la calle La Plata aquél albergue en el que muchas veces confundí amor con deseo y en el que otras veces ocurrió lo contrario. Allí desperdicié necesariamente muchas vidas para poder conservar una sola.
Al llegar a Hudson me imaginé a mí mismo como Jano, que a través de sus dos rostros puede ver en simultáneo el pasado y el porvenir. Vi el lugar donde habita una hermosa mujer y a su vez vi cómo en otro tiempo yo volvía a nacer entre árboles, humo y metales estrujados.

Seguí mi paso entrando al departamento de Las Heras (en donde vivo) pero éste fue más desordenado y menos intenso sensorialmente. Pasé por la escuela primaria, por su calle, vi a las mismas personas que solían ser mis compañeros, pero los vi en otra dimensión, como desprovistos de identificación o símbolo; quizás a causa de las categorías de percepción que poseo. Atravesé las calles correspondientes hasta llegar a mi hogar. Acusé cierto cansancio, provocado más por la impresión de estas imágenes que por el cansino andar de quien las relata. 
Creo que me afectó un poco el paso en el pasado.

jueves, 17 de septiembre de 2015

No apaguen la luz (por favor)



Las relaciones interpersonales nos demuestran continuamente que la felicidad es un camino lleno de bifurcaciones, de luces, pero también de sombras.
De un tiempo a esta parte he intentado llevar a cabo un experimento para poner a prueba el método científico; de ninguna manera se trata de imaginar cuál sería el resultado de una mutación en un microorganismo, para luego ver si los efectos de tal mutación presentan correlación con lo que propuse en mi imaginario. Se trata en cambio de plantear situaciones, de proponer escenarios en la vida real y luego jugar al juego de las “representaciones”. ¿Cómo me vería en tal o cual marco situacional? ¿De qué manera afrontar un diálogo que encerrara todo lo que soy y lo que tengo, mis aspiraciones, mis sueños, aquellos espacios que sirven para el monólogo y para la revelación, con alguien que apenas me conoce?
Idea madre: despojarse de todos los artilugios, los escudos y las barreras y dejar que el juego comience. Una propuesta lúdica á la Cortázar; aceptar una Rayuela de posibilidades donde el juego no tiene ganadores, ni perdedores. El único cielo se halla en la posibilidad tangible de ser feliz durante unos instantes (1 hora, 2 horas, una tarde completa, 15 minutos… ¿a quién le interesa?). No hay reglas, no hay penalidades; sólo hay lugar para abstracciones y concreciones, hay lugar por supuesto para el vino, las risas, el desenfado y la desazón, la esperanza y la ilusión. Todo en ese escenario en el que los actores representan un papel, pero no hay un guion que establezca paralelas y perpendiculares.
El resultado de esta experiencia fue más satisfactorio que lo que esperaba en las estimaciones hechas a priori, confirmando que para estas cosas la mejor solución reside en dejarlo fluir. La barca se mueve, ya no hay nada que temer. Se ve, allá a lo lejos, un horizonte prometedor y brillante y claro; esperemos que no nos apaguen la luz.

Gracias

martes, 15 de septiembre de 2015

Una pregunta (primer Haiku)







Nada me ha dicho

¿Qué ha sido de su vida?

Es la montaña



                                                              Raúl Andrés Cuello

lunes, 14 de septiembre de 2015

Un breve postulado sobre Knausgård


                                                                                                                A Patricio Pron

Para escribir, Knausgård se inspira en Proust. Proust se inspiraba en la verga de Daudet. Daudet se inspiraba en Daudet padre. Daudet padre se inspiraba en la música y en el antisemitismo de Wagner. Wagner se inspiraba leyendo y releyendo la Völsunga Saga. La Völsunga Saga inspiró a Borges. Borges se inspiraba leyendo a los clásicos y los policiales ingleses. Un irlandés que conocí se inspiró en los cuentos de cuchilleros de Borges para contar una cruenta historia del IRA. Un sobreviviente del IRA, cansado del abuso de los ingleses se fue a vivir a Noruega. Él llevaba consigo unas prendas, una pipa, un cuarto de whiskey, una rodaja de papa deshidratada en el bolsillo y un ejemplar de Mein Kampf de Adolf Hitler. Un día un pequeño joven noruego, luego de escapar de su casa en la cual había sido golpeado hasta los límites de la cordura, tropezó en su camino con lo que creyó era una piedra. No era una piedra, era un ejemplar inglés de Mein Kampf.*

*El postulado anterior es en parte falso, puesto que Knausgård, para escribir se inspira en Mein Kampf y en aquel día en que se escapó de su casa y casi se rompe el último hueso (que le quedaba medianamente sano en su cuerpo) contra un libro de lengua extranjera.